Les Cahiers de la République des Lettres, des Sciences et des Arts, XI: L’Art Précolombien. L’Amérique avant Christophe Colomb, París, [1928], pp. 5-14.
La vida de los pueblos civilizados de América precolombina no sólo es prodigiosa para nosotros por el hecho de su descubrimiento y su instantánea desaparición, sino también porque sin duda jamás la demencia humana ha concebido una excentricidad más sanguinaria: ¡crímenes continuos cometidos a pleno sol por la mera satisfacción de pesadillas deificadas, fantasías aterradoras! Comidas caníbales de los sacerdotes, ceremonias con cadáveres y con arroyos de sangre, más que una aventura histórica evoca los deslumbrantes excesos descritos por el ilustre marqués de Sade.
La vida de los pueblos civilizados de América precolombina no sólo es prodigiosa para nosotros por el hecho de su descubrimiento y su instantánea desaparición, sino también porque sin duda jamás la demencia humana ha concebido una excentricidad más sanguinaria: ¡crímenes continuos cometidos a pleno sol por la mera satisfacción de pesadillas deificadas, fantasías aterradoras! Comidas caníbales de los sacerdotes, ceremonias con cadáveres y con arroyos de sangre, más que una aventura histórica evoca los deslumbrantes excesos descritos por el ilustre marqués de Sade.
Es verdad que esta observación concierne sobre todo a México. Perú representa quizá un espejismo singular, una incandescencia de oro solar, un resplandor, una riqueza perturbadora: la realidad no corresponde a esta sugerencia. La capital del imperio inca, Cuzco, estaba situada sobre una meseta elevada al pie de una suerte de acrópolis fortificada. Esta ciudad tenía un carácter de grandeza pesada y masiva. Casas altas construidas en cuadros de rocas enormes, sin ventanas exteriores, sin ornamento y cubiertas en paja, daban a las calles un aspecto medio sórdido y triste. Los templos que dominaban los techos eran de una arquitectura igualmente desnuda: sólo el frontón estaba todo recubierto por una placa de oro repujado. A este oro hay que añadir las telas de colores brillantes con que se cubrían los personajes ricos y elegantes, pero nada bastaba para disipar una impresión de mediocre salvajismo y sobre todo de uniformidad embrutecedora.
Cuzco era, en efecto, la sede de uno de los Estados más administrativos y regulares que los hombres hayan formado. Después de conquistas militares importantes, debidas a la organización meticulosa de un gigantesco ejército, el poder del Inca se extendía sobre una región considerable de América del Sur, Ecuador, Perú, Bolivia,
norte de Argentina y de Chile. En este dominio abierto por caminos, un pueblo entero obedecía a las órdenes de los funcionarios como se obedece a los oficiales en los cuarteles. El trabajo estaba repartido, los matrimonios decididos por los funcionarios. La tierra y las cosechas pertenecían al Estado. Los festejos eran fiestas religiosas del Estado. Todo se encontraba previsto en una existencia sin aire. Ésta organización no debe ser confundida con la del comunismo actual: ella difería de éste esencialmente, puesto que reposaba sobre la herencia y la jerarquía de las clases.
En estas condiciones, no es sorprendente que haya relativamente pocos trazos brillantes que reportar de la civilización Inca. Incluso los horrores son poco impactantes en Cuzco. Con la ayuda de lazos se estrangulaba a las raras víctimas en los templos, aquel del Sol, por ejemplo, cuya estatua de oro masivo, fundida desde la conquista, conserva a pesar de todo un prestigio mágico. Las artes, aunque muy brillantes, no presentan empero más que un interés de segundo orden: los tejidos, los vasos en forma de cabezas humanas o de animales son notables. Pero en esta comarca hay que buscar en otra parte, y no entre los incas, una producción verdaderamente digna de interés. En Tihuanaco, en el norte de Bolivia, la famosa puerta del Sol ya da testimonio de una arquitectura y de un arte prestigiosos que hay que atribuir a una época muy anterior. De las cerámicas, diversos fragmentos
se unen en estilo a esta puerta milenaria. En suma, en la época misma de los incas, son los pueblos de la costa, de civilización más antigua, los autores de los objetos más curiosos.