Texto publicado en: Biblothèque de l’école des chartes, 1964, tomo 122, pp. 380-383. Traducción de Diego Luis Sanromán.
En aquel invierno de 1918 y a pesar de la aportación de algunos desmovilizados, éramos pocos los que ocupábamos los bancos de la escuela. En una promoción que incluía, en germen, tres inspectores generales y tres conservadores jefes de biblioteca, Georges Bataille parecía el más dotado para emprender una brillante carrera por los caminos tradicionales de la erudición.
Nacido en Billom, Puy-de-Dôme, el 10 de septiembre de 1897, hijo de un médico que había muerto joven, él mismo arrastraba una salud delicada y había sido declarado inútil tras algunos meses de servicio militar. Había entrado en la École des chartes porque había quedado prendado de una Edad Media romántica que había descubierto al visitar la Catedral de Reims y leyendo la Chevalerie de Léon Gautier. Había preparado las pruebas de acceso con el estado de ánimo del caballero en vísperas de su “investidura”. Apasionado por las indagaciones verbales y lleno de desprecio hacia las construcciones sintácticas clásicas, Bataille se recreaba en las palabras semibárbaras que conforman la transición del latín al francés. La Cantinela de Santa Eulalia era el conjuro ritual de la preparación de sus textos, y recitaba extasiado, con voz tenebrosa, las largas enumeraciones de las clases de filología, que su infalible memoria registraba sin esfuerzo.
Su libro de cabecera, en aquel primer año de la École des chartes, era el Latin mystique de Rémy de Gourmont y su primera obra, que ningún bibliógrafo cita, es un folleto sobre Nuestra Señora de “Rheims”, al estilo del peor Huysmans, empapada de un fervor que pronto debería volverse hacia un ideal del todo diferente.
En nuestros encuentros de jóvenes provincianos perdidos en París, a él le gustaba evocar los paisajes severos y grandiosos de la Auvernia, la austera casa de su abuelo, en el centro de la villa, cerca de la iglesia románica, sus largos paseos por la montaña, sus peregrinajes a Salers. Si hubiese tenido que definirlo entonces en tres palabras, habría escrito: romántico, sentimental y piadoso.
Apasionado por la filología románica, Bataille había elegido como tema de su tesis la publicación de un cuento en verso del siglo XIII, La orden de caballería. Al dejar la École, salió para la Casa Velásquez; más tarde se incorporó al Gabinete de las Medallas, y sus primeras publicaciones, entre 1926 y 1928, responden exactamente a lo que se podía esperar de un chartiste de tipo tradicional, al que se le había concedido un puesto de su elección en el caserón de la calle Richelieu: se trata de tres artículos, de un elevado valor científico, en la revista Aréthuse, sobre Las monedas de los grandes mongoles en el Gabinete de las Medallas, la Numismática de los khoisans sasanidas y las Monedas venecianas de la colección Le Hardelaye. En la misma época, el nombre de Georges Bataille figura, junto a los de Jean Babelon, Paul Rivet y Alfred Métraux, en el volumen de los Cahiers de la république des Lettres consagrado al arte precolombino. Ya entonces el bibliotecario cede su pluma al etnólogo y al pensador, que se interesa menos por las formas y las fechas que por el análisis interno, y también entonces aparece la futura inclinación del autor por el humor negro. Cita a Mirbeau y compara el panteón mejicano con los demonios esculpidos de nuestras iglesias, sin reconocer a estos últimos “la grandeza de los fantasmas aztecas, los más sangrientos entre todos aquellos que han poblado las nubes terrenales”. Se deleita entre los albañales de los mataderos humanos y subraya “el carácter asombrosamente feliz de tales horrores”.
Dicho artículo era el preludio de esos estudios, objetivos y a la vez pasionales, que caracterizan su estilo; estilo que asienta, por cierto, en el tono revolucionario que imprime a la revista Documents, de la que fue Secretario General y principal redactor durante los años 1929 y 1930. Una cubierta de tipografía provocadora acogía abundantes ilustraciones y textos en ocasiones clásicos en su tono, en otras desconcertantes, pero siempre bajo el signo del odio a la banalidad. Un manifiesto excesivo definía el programa de la revista en el momento de su lanzamiento: “Las obras de arte más irritantes, aún no clasificadas, y ciertas producciones heteróclitas, hasta ahora descuidadas, constituirán el objeto de estudios tan rigurosos, tan científicos, como los de los arqueólogos. Se afrontan aquí los hechos más inquietantes, aquellos cuyas consecuencias aún no están definidas. El carácter a veces absurdo de los resultados o de los métodos, lejos de disimularse, como ocurre siempre conforme a las reglas del decoro, será deliberadamente subrayado”. Los nombres de Georges-Henri Rivière, René Grousset y Jean Babelon comparten sumario con los de Salvador Dalí y Carl Einstein. En sus páginas publicitarias, un dibujo de Jean Cocteau resaltaba los méritos del Boeuf sur le toit. El lujo de la presentación dejaba adivinar el apoyo de un gran mecenas, futuro miembro del Instituto, que al mismo tiempo patrocinaba la más clásica de nuestras revistas de arte.
En sus artículos sobre el Apocalipsis de San Severo, el Caballo Académico o los Grabados gnósticos, Georges Bataille se mantenía dentro de una tradición erudita. Más audaces e inesperados eran sus comentarios sobre el “lenguaje de las flores” y la “figura humana”, en los que esbozaba los futuros temas de su filosofía anti-idealista. Sus colaboradores ponían por las nubes el arte de Picasso, la escultura africana, el jazz o el cine sonoro en cuanto fórmulas de expresión artística. Pero el público de los amantes del arte estaba mal adaptado en 1930 a temas que hoy son clásicos. La revista dejó de publicarse en su decimoquinto número.
La revista había muerto, pero Georges Bataille haría en adelante las veces de un jefe de filas. Se convierte, con o contra André Breton, en uno de los adeptos del movimiento surrealista. Entre 1931 y 1934, colabora regularmente en la revista La critique social.
Cercano a la cuarentena, Georges Bataille abandona el mundo de las imágenes y se vuelve hacia la introspección, estudiando al mismo tiempo a los místicos cristianos y a los ascetas budistas. Se inspira sobre todo en los tantras de la Cachemira y del Vijñana-Bhairava. El mundo exterior se le presenta con transparencia. Bataille se evade del objeto mediante “un deslizamiento hacia la inmanencia y toda una hechicería de meditaciones. La más íntima destrucción, la más extraña conmoción, la ilimitada puesta en cuestión de uno mismo. De uno mismo, y de todas las cosas al mismo tiempo”.
Los tres libros en los que Georges Bataille fijó lo esencial de su pensamiento fueron escritos o meditados en tres años, en un marco que parecía propicio al retorno al misticismo de su juventud, por más que el autor se esforzase por destruir cualquier intervención divina: en Vézelay, a la sombra de la abadía cerca de la cual había ido a refugiarse, cuando su enfermedad le obligó a interrumpir sus trabajos en la Biblioteca Nacional. Esos libros llevaban como subtítulo “Suma ateológica”. Sartre no se equivocaba: los tres artículos, muy densos, que consagra a Bataille con ocasión de la Experiencia interior llevan el título de “Un nuevo místico” [1].
A medida que recuperaba fuerzas en la calma estudiosa de su retiro, el campo de las investigaciones se ampliaba. Su profundo conocimiento del movimiento de ideas contemporáneas lo llevó a reincorporarse bajo una forma novedosa al mundo del libro, al fundar la revista Critique, en las Éditions du Chêne, en junio de 1946. Retomada por Calmann-Lévy y después, en 1950, por las Éditions de Minuit, dicha revista, de una gran calidad, se convirtió muy rápido en un instrumento de trabajo esencial, consultado por todo bibliotecario, por todo lector deseoso de conocer la producción literaria de nuestra época. Además de su director, era al mismo tiempo el animador y el redactor más regular de la revista. De 1946 a 1959, apenas hay número de Critique que no contenga algún estudio suyo. Durante el mismo periodo aparecieron varias obras de filosofía, entre las que destacan el Método de meditación, en 1947, y La Parte Maldita, en 1949. Un poco más tarde, volvía a la historia del arte con una obra sobre Manet, al que ya había estudiado en Documents, y sobre todo con un estudio muy novedoso e importante sobre los hallazgos prehistóricos, que le habían apasionado: Lascaux o el nacimiento del arte.
Una actividad literaria tan intensa era prueba de la salud recobrada. En 1949 los médicos autorizan a Georges Bataille ha reincorporarse a su oficio de bibliotecario, pero sólo en provincias. Nombrado, en un principio, conservador de la Inguimbertine de Carpentras, en 1951 se le ofrecerá la dirección de la Biblioteca Municipal de Orleáns.
Lo propio de un gran espíritu es no situarse por encima de las contingencias y entregarse tanto a las tareas más elevadas como a las más modestas. Se deben a los meticulosos cuidados, a los minuciosos cálculos de Georges Bataille las transformaciones esenciales que, a lo largo de la última década, ha conocido la Biblioteca de Orleáns, cuyas salas para el público fueron restauradas con delicado gusto y cuyas tiendas se vieron modernizadas. A lo que habría que sumar la creación de una Asociación de Lectura Pública del Loiret.
¿Debería añadir que debemos a su sangre fría y a la prontitud de su intervención el haber controlado muy rápidamente un incendio provocado por la imprudencia de los obreros que reparaban la techumbre de la biblioteca, cuyas colecciones, de no estar él, habrían sido pasto de las llamas?
Las funciones de dirección imponen obligaciones de las que, cercano ya a la jubilación, Georges Bataille deseaba liberarse para consagrarse de lleno a la investigación y a los trabajos bibliográficos. Solicitó su reincorporación a la Biblioteca Nacional, que le fue concedida en el mes de marzo de 1962. Pero tras algunos meses, su estado de salud se agravó. Una embolia puso fin a sus sufrimientos el 9 de julio. La École des chartes, que cuenta entre sus antiguos alumnos a muchos historiadores y arqueólogos, a algunos novelistas e incluso a algunos poetas, debe honrar en él al filósofo, al historiador del arte, al crítico [2]. A pesar de sus muchos excesos verbales, sigue siendo uno de los pensadores más originales de nuestra época, y un gran servidor de las letras.
[1] Cahiers du Sud, octubre-diciembre de 1943, y Situation I.
[2] Su bibliografía, establecida en el número especial de Critique, agosto-septiembre de 1963, Homenaje a Georges Bataille, enumera 37 libros, 10 volúmenes de edición o de traducción, 244 artículos de revista. La lista de los estudios publicados sobre su obra no baja de las 73 reseñas.