("España libre", Actualité, nº 1, 1945)
Intentaré definir el sentido que tiene España
para nosotros. En particular en un momento en que España asume la parte
que le corresponde en los males que nos asolaron. Me serviré para este
fin de rodeos, recurriendo incluso a recuerdos personales.
Del peón de brega del que habla Pilar de Blanquet, tengo
ante mi vista una fotografía singular: derecho, de pie, de frente, con
las manos aplastadas sobre los ojos. De horror e incluso de soledad: los
otros personajes del drama, apurados, llevan a Granero agonizante, un
toro acaba de destrozarle la cabeza.
Como dice Pilar, el cuerno abrió la cabeza de Granero. Se le quebró
la cara, dividida en fragmentos rojos: el ojo estaba colgando. Es lo que
vio Blanquet, y lo que, por horror, le hizo llevar las manos al rostro.
Yo estaba en el lado opuesto de la Plaza y, de toda la escena, no supe
sino los detalles que en los relatos -o en la fotografía- se publicaron.
Pero ese hombre joven con traje de luces, bruscamente derribado,
violentamente empujado contra la barrera, el toro por algunos segundos
encarnizándose con sus cuernos (los cuernos a todo vuelo al chocar
contra las tablas producían un sonido vacío, macabro, parecido a los
tres golpes de la muerte): no sé en qué instante, en la arena donde la
gran multitud se había levantado, hubo un silencio agobiante, esta
entrada teatral de la muerte, en plena fiesta, con ese sol, tuvo algo
que ignoro de evidente, de esperado, de intolerable.
Desde entonces, nunca fui a la corrida de toros sin que la angustia
me tensara los nervios intensamente. De ninguna manera la angustia
atenuaba el deseo de ir a la plaza de toros. Al contrario, lo
exasperaba, en combinación con una febril impaciencia. Empezaba a
entender entonces que el malestar es a menudo el secreto de los placeres
más grandes. La lengua española tiene una palabra precisa para designar
esta suerte de exaltación que sub- tiende la angustia: emoción, es exactamente el sentimiento que dan los cuernos de toro cuando por un dedo no alcanzan el cuerpo del torero.
Se trata de una categoría bien determinada de sensaciones donde juegan,
junto al peligro, la repetición, la rapidez, la elegancia (en los
movimientos del cuerpo o en el momento de levantar la capa). Pero la
esencia de esto es la muerte que una actitud de incesante desafío
compromete, que no está sino en el límite, apenas evitada, de un
movimiento que va mucho más al corazón cuanto que es lento, preciso,
ínfimo.