A propósito de “Por quién doblan las campanas” - Georges Bataille (1945)


("España libre", Actualité, nº 1, 1945)

Intentaré definir el sentido que tiene España para nosotros. En particular en un momento en que España asume la parte que le corresponde en los males que nos asolaron. Me serviré para este fin de rodeos, recurriendo incluso a recuerdos personales.

Del peón de brega del que habla Pilar de Blanquet, tengo ante mi vista una fotografía singular: derecho, de pie, de frente, con las manos aplastadas sobre los ojos. De horror e incluso de soledad: los otros personajes del drama, apurados, llevan a Granero agonizante, un toro acaba de destrozarle la cabeza.

Como dice Pilar, el cuerno abrió la cabeza de Granero. Se le quebró la cara, dividida en fragmentos rojos: el ojo estaba colgando. Es lo que vio Blanquet, y lo que, por horror, le hizo llevar las manos al rostro. Yo estaba en el lado opuesto de la Plaza y, de toda la escena, no supe sino los detalles que en los relatos -o en la fotografía- se publicaron. Pero ese hombre joven con traje de luces, bruscamente derribado, violentamente empujado contra la barrera, el toro por algunos segundos encarnizándose con sus cuernos (los cuernos a todo vuelo al chocar contra las tablas producían un sonido vacío, macabro, parecido a los tres golpes de la muerte): no sé en qué instante, en la arena donde la gran multitud se había levantado, hubo un silencio agobiante, esta entrada teatral de la muerte, en plena fiesta, con ese sol, tuvo algo que ignoro de evidente, de esperado, de intolerable.

Desde entonces, nunca fui a la corrida de toros sin que la angustia me tensara los nervios intensamente. De ninguna manera la angustia atenuaba el deseo de ir a la plaza de toros. Al contrario, lo exasperaba, en combinación con una febril impaciencia. Empezaba a entender entonces que el malestar es a menudo el secreto de los placeres más grandes. La lengua española tiene una palabra precisa para designar esta suerte de exaltación que sub- tiende la angustia: emoción, es exactamente el sentimiento que dan los cuernos de toro cuando por un dedo no alcanzan el cuerpo del torero. Se trata de una categoría bien determinada de sensaciones donde juegan, junto al peligro, la repetición, la rapidez, la elegancia (en los movimientos del cuerpo o en el momento de levantar la capa). Pero la esencia de esto es la muerte que una actitud de incesante desafío compromete, que no está sino en el límite, apenas evitada, de un movimiento que va mucho más al corazón cuanto que es lento, preciso, ínfimo.

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